Es 2 de noviembre, el Día de los Muertos, una celebración ritual para honrar a nuestros ancestros y seres queridos. Estoy en París, y Guadalupe “Lupe” Miranda se encuentra en Marsella. Tenemos una cita a las 14:30 por teléfono. Después de presentarnos mutuamente e intercambiar algunas palabras, le propongo realizar nuestra entrevista mediante mensajes de voz. Solo al día siguiente, cuando transcribo nuestro intercambio, me doy cuenta del simbolismo de esta fecha. Lupe es hija de Ceferina Banquez, una de las tres figuras principales del documental Catapum, que será proyectado el domingo 10 de noviembre en París, durante la clausura de nuestro festival. Ceferina nos dejó hace un año, el 26 de julio de 2023. Esta entrevista honra su memoria.
¿Podrías contarnos un poco sobre ti? ¿Cuándo y dónde naciste, y dónde creciste?
Nací en un corregimiento de María la Baja, que ahora es un barrio llamado El Recreo. Vine al mundo un siete de diciembre de 1973 y me crié en María la Baja hasta los 14 años. A partir de esa edad, nos movíamos mucho entre Cartagena y María la Baja.
¿Cómo fue tu infancia en María la Baja y en Guamanga?
Mi infancia en María la Baja fue muy bonita, aunque también estuvo marcada por algunos momentos difíciles. Crecimos solos con mi mamá porque mi papá murió cuando yo tenía seis años, y fue muy duro para nosotros crecer sin él. Pero mi mamá siempre fue una mujer guerrera, una luchadora incansable que hizo todo lo posible por sacarnos adelante. Cuando mis hermanos mayores crecieron, se fueron a trabajar a Cartagena, y yo fui la que quedó al frente de la casa, como quien dice.
Mi mamá trabajaba en el campo: se iba a cortar arroz, a la finca en Guamanga para sembrar, y luego traía sus cosechas al pueblo. Mientras tanto, yo era quien cocinaba en casa cuando ella no estaba, lavaba la ropa en el arroyo, pilaba el arroz y también iba a cortar arroz en la finca. Desde pequeña, estuve muy conectada con mi mamá, acompañándola a todas partes. Solamente en los últimos años no pude estar con ella porque estaba en Francia el año en que falleció. Pero mirando hacia atrás, siento que siempre estuve a su lado.
¿Qué lugar ocupó la música durante esos años? ¿Cantaban y tocaban música en familia?
En aquellos tiempos, mi mamá aún no cantaba; después de que mi papá murió, ella se dedicó al campo y a nosotros, sus hijos, asegurándose de que saliéramos adelante. Fue más tarde, cuando ya éramos mayores, que comenzó su camino en la música.
En mi familia siempre hubo cantantes, especialmente del lado de mi mamá, aunque ellos eran músicos de vallenato, no de bullerengue. Mis tíos, la mayoría de los hermanos de mi mamá, tocaban el acordeón y cantaban. Así que vengo de una familia de músicos, y llevo la música en la sangre, tanto el bullerengue como el vallenato. Siempre he estado rodeada de música y de músicos.
Cuando eras niña y adolescente, ¿escuchabas bullerengue en el pueblo? ¿Asistías a reuniones donde se tocaba bullerengue? ¿Quiénes cantaban y tocaban, mujeres o hombres?
Cuando era pequeña, tendría unos diez u once años, recuerdo cómo llegaban al pueblo personas de otros pueblos cercanos o incluso de lugares más lejanos. Se ponían de acuerdo con anticipación para reunirse y llegaban a la madrugada, a las cuatro o cinco de la mañana, cantando fuerte, tanto que se escuchaba en todo el pueblo. Cantaban con una intensidad tal que parecían lamentos, y yo, a veces, me preguntaba si alguien habría fallecido porque sus cantos parecían llantos. Pero no, no eran llantos; era simplemente su manera de cantar.
Siempre se reunían en la casa de una tía mía llamada María de los Reyes, a quien todos conocíamos como Tía Reyita. Se sentaban afuera de su casa a cantar, y traían tambores. Uno comenzaba a cantar, luego otro le seguía, y formaban ruedas que duraban hasta tres días de largo. Lo hacían solo por diversión, para disfrutar y celebrar. Tomaban ron, cocinaban, y era una fiesta muy alegre porque todo el pueblo podía participar, cantar, bailar, tocar los tambores y reunirse.
La gente venía de los pueblos de alrededor porque, al escuchar los tambores, decían: “Ah, están allá en El Recreo”, y se venían para unirse. Así, el pueblo se llenaba de visitantes que se quedaban varios días. Fue una época muy bonita.
En esas reuniones, siempre cantaban, tanto hombres como mujeres. Los hombres tocaban y cantaban, pero sobre todo cantaban las mujeres. Cantaban, tocaban palmas y bailaban. Todos participaban y se dejaban llevar por la música.
Con el tiempo, ¿sientes que se fue perdiendo el hábito de tocar y cantar bullerengue en el pueblo, como me describes? ¿La gente comenzó a inclinarse hacia otros tipos de música o prácticas?
El bullerengue estuvo bastante perdido. Eran pocos los que lo mantenían vivo, y la mayoría de la gente prefería escuchar champeta, vallenato, salsa, y otros géneros más populares. En los pueblos, durante las fiestas patronales, invitaban grupos de porro o de cumbia, pero el bullerengue casi no se mencionaba. Sin embargo, con el tiempo, figuras como La Niña Emilia, Petrona Martínez, Eulalia González, la madre de Pabla Flórez, empezaron a darle visibilidad al bullerengue, tanto en Colombia como en el extranjero, comercializándolo y llevándolo a nuevos públicos.
Petrona Martínez comenzó a presentarse en Europa y difundió el bullerengue por aqui, al igual que Etelvina Maldonado. Gracias a ellas, y a otros artistas, este género ha ganado más fuerza, y han surgido nuevos grupos dedicados al bullerengue. En los pueblos, la gente se ha preocupado por enseñar esta tradición a los niños, y se han creado grandes festivales de bullerengue, como el que se celebra en María la Baja (Bolívar), Necoclí (Urabá) y Puerto Escondido (Córdoba). Mi mamá también contribuyó a que el bullerengue se diera a conocer, tanto en Colombia como fuera del país.
Hoy en día, el bullerengue ha ganado mucha fuerza, y hasta parece estar alcanzando o superando a la champeta, que siempre fue uno de los géneros más populares dentro de Colombia. Aunque en Colombia el bullerengue todavía no se escucha tanto, fuera del país tiene una mayor proyección. Ya no es un género desconocido; está tomando fuerza, y eso nos llena de alegría. Los que formamos parte de esta tradición y llevamos en la sangre esta herencia cultural ancestral sentimos una enorme felicidad y orgullo al ver cómo el bullerengue recibe cada vez más reconocimiento.
En la película seguimos a tres cantadoras: Carolina Oliveros, una joven barranquillera que vive actualmente en Nueva York; Pabla Flórez, quien creo que aún vive en María la Baja; y tu madre, Ceferina Banquéz, quien lamentablemente nos dejó el 26 de julio de 2023. Cuéntanos, ¿cómo comenzó tu madre a cantar bullerengue? ¿Cómo viviste tú el proceso de redescubrimiento del bullerengue por parte de ella? ¿Qué fibras, qué emociones despertaba en ella el hecho de cantar bullerengue?
En julio o agosto de 2007, durante las fiestas patronales en el pueblo de El Sena, a unos 10 o 15 minutos en bus desde María la Baja, mi mamá comenzó a destacar en el bullerengue. Había varios grupos tocando, y ella se acercó y empezó a cantar. Un señor de apellido Caravallo, impresionado por su voz, le pidió que cantara más. Así fue como comenzó a cantar con el grupo Son de Tambo, presentándose en María la Baja, en festivales, y en Puerto Escondido, donde ganó un premio como Reina del Bullerengue. En Barranquilla también la escucharon, y tiempo después se separó del grupo para seguir su propio camino.
En María la Baja, un hombre llamado David Lara la escuchó y quedó enamorado de su voz. Pronto se convirtió en su representante, y juntos formaron el grupo Ceferina Banquez. David fue quien la llevó fuera del país por primera vez, gracias a una invitación del gobernador de Houston y al apoyo de la Gobernación de Bolívar. A partir de ahí, su carrera despegó. Más tarde, recibió un reconocimiento del Ministerio de Cultura por sus composiciones y sus “Cantos Ancestrales de Guamanga”. Desde ese momento, comenzó a ser conocida dentro y fuera de Colombia. Luego tuvo otro representante, Javier Mutis, quien la llevó a presentarse en muchos lugares de Latinoamérica y Europa, incluyendo México, Chile, Estados Unidos y varios países de Europa. Tan solo cinco o seis meses antes de fallecer, estuvo en el Festival de Chicago.
Cuando ella empezó en el bullerengue, yo vivía en Bogotá y solo pasaba algunos meses con ella en El Sena. Aunque no estuve en todo su proceso, cada vez que iba a Bogotá yo la acompañaba en sus presentaciones. Ella siempre me decía que yo era la única que la seguía en el coro, y cuando iba a Cartagena también la acompañaba. Estuve con ella en los carnavales de Barranquilla, en Medellín, en Santa Marta… Salir del país era más complicado por los gastos, y generalmente viajaba solo con un primo y su representante.
Antes de venir a Europa, me mudé a Cartagena y me dediqué a acompañarla en todo: me ocupaba de su salud, su música, sus presentaciones, y de todos los detalles de su presentación personal. Vivimos experiencias hermosas juntas. Ella siempre me presentaba con orgullo, diciendo: “Miren, esta es mi hija Guadalupe, quien seguirá todo esto.” Yo la escuchaba, pero no lo creía del todo; no me veía a mí misma como una cantante de bullerengue.
La última vez que canté con ella fue aquí en Marsella, donde la acompañé a todos lados. Fue muy especial, me sentí increíblemente orgullosa y feliz de estar a su lado. Nos acompañaba Álvaro Llerena, el hijo de Petrona Martínez. Él le dijo: “Ceferina, voy a hacer que tu hija cante. La voy a motivar.” Desde España, él me pedía que le enviara videos cantando, y fue así como me fui enamorando cada vez más de esto. Sin embargo, poco después ella se enfermó. Fue un proceso muy duro para mí, sobre todo porque justo cuando ya estaba lista para acompañarla en su camino, ella ya no estaría conmigo. Me tocaba continuar sola. A veces me invade la nostalgia, porque nuestro sueño era recorrer juntas este camino en el bullerengue, hacer eventos y giras en Europa. Pero, aunque no fue así, siento que ella me sigue acompañando, que no estoy sola.
Hoy, para mí, es un orgullo enorme seguir su legado, cantar sus canciones y ver cómo la gente disfruta de su música. Tanto en vida como ahora, la gente sigue recordándola con cariño. Me encuentro con personas que me dicen: “Conocí a tu mamá, hablé mucho con ella, me cambió la vida, me enseñó muchas cosas.” Aquí en Europa mucha gente aprendió de ella y la recuerda con afecto. Esto me conmueve profundamente, porque sus últimas palabras antes de morir fueron: “Recuérdenme, recuérdenme.” Y a través de su música, la gente sigue recordándola y amándola. Para mí, es un honor inmenso poder compartir su música y continuar su legado; eso es lo más importante en mi vida.
Uno de los temas centrales de la película es el desplazamiento y la migración. Tú y Ceferina fueron desplazadas por la violencia. Más adelante nos cuentas que te mudaste a Bogotá y ahora vives en Marsella. ¿Cómo ha sido tu proceso de adaptación aquí en Europa? ¿De qué manera te ayudó la música a establecerte en este país?
Primero viví en Bogotá, luego en Cartagena, y finalmente vine aquí, a Marsella, donde conocí a mi esposo, que fue a buscarme a Colombia. Al llegar aquí, en realidad no tenía en mente dedicarme a cantar; mi única intención era acompañar a mi mamá en el bullerengue cuando estuviera en Colombia, o cuando ella pudiera venir a visitarme. Siempre pensé en cantar junto a ella, apoyarla y seguir su camino.
Sin embargo, tras su visita aquí en Marsella, ella misma me motivó a lanzarme como cantante. Conté con el apoyo de varios músicos y tamboreros de aquí, y también con amigos colombianos que conocí en Marsella. Juntos, formamos el grupo Bullenlupe, y así empezamos a compartir el bullerengue en Europa. Además, soy parte de otro grupo llamado Santo Cuero, con el que tengo más presentaciones; ambos grupos están formados básicamente por los mismos integrantes de Bullenlupe.
La gente aquí nos ha recibido muy bien. Organizamos ruedas de bullerengue a orillas del mar, son eventos gratuitos y los realizamos al final de cada mes. Con Santo Cuero me he movido muchísimo, presentándome en lugares como Toulouse, Lyon y Gap, donde la gente realmente disfruta de esta música.Mi enfoque principal es cantar la música de mi mamá; no compongo, mi objetivo es mantener su legado vivo para que la gente siga disfrutando de sus canciones. Tal vez en algún momento me anime a hacer algo propio, pero ella tiene un repertorio enorme que aún no ha sido completamente compartido, y quiero darlo a conocer.
¿Cómo percibes la escena del bullerengue aquí en Europa?
Aquí en Europa, la acogida del bullerengue ha sido increíble. Hay grupos como Bullerengue Circle en Inglaterra que han traído maestros a hacer giras, y he visto cómo a la gente le encanta esta música. Para mí, es muy significativo ver lo bien que ha sido recibido el bullerengue aquí, y quiero contribuir a que esto continúe creciendo. Estoy muy agradecida con los Bullerengue All Star (Londres) y con todas las personas que están haciendo una labor hermosa para difundir y preservar esta tradición.